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Casi al término de la primera década del siglo XX, los chicos se reunían a contemplar esa novedad. Se escuchaba su canto alegre, lleno de esperanzas en esa luz, que se encendía sola, sin ayudas. Pronunciaban a coro un “adduma, adduma” (enciende, enciende), mientras comenzaba a parpadear la lámpara, que terminaba en un “addumau” (encendió o se hizo la luz) cuando la magia de alumbrar se producía. Este último grito era estridente y festivo. Era el festejo del progreso que venía para quedarse. Esa etapa, dejaba atrás un pasado de miserias y permitía a las nuevas generaciones entusiasmarse con un futuro promisorio.
Iannusso lo festejaba con Ciccio y sus amigos de la infancia.
El progreso sustituye actividades y costumbres, transformándolas. En el campo del entretenimiento, el cine comenzaba a instalarse en las ciudades más importantes primero y, luego, en los pueblos. Muy precario, al principio, era un novedoso espectáculo que se instaló en Ragusa en los comienzos del siglo XX, después de la primera exhibición realizada en París por los hermanos Lumière en 1895. El reluciente “Cinema Parigino”, fue el encargado de introducir en Ragusa la magia del cine.