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Como por su edad fue rechazado como combatiente, usó un ardid temerario: al igual que Ianusso, se inscribió como voluntario para trabajar en la construcción de fortalezas militares. En ese caso las exigencias eran mínimas puesto que no requería instrucción militar para desempeñarse. Había conseguido entrar al Ejército como muchos jóvenes que se incorporaban para trabajar.

Una vez adentro de la contienda, Ciccio empezó a pensar cómo podría transformarse de trabajador en soldado, como era su sueño. Se sirvió del modo de incorporación de su amigo Ianusso, pero no tenía la más remota idea de lo que significaba una guerra, además de ignorar por completo las circunstancias por las cuales Italia estaba en ese conflicto. No sabía nada de armas. No era capaz de distinguir un soldado de un “carabiniere” (policía) o de un bombero. Y tampoco su imaginación alcanzaba a comprender por qué se peleaban. Apenas sabía leer y escribir, pero jamás había leído nada.

En ese momento, combatían en el frente de batalla las clases 1892, 1893 y 1894, convocadas por su patria. Ciccio pertenecía a la clase 1901, que estaba muy lejos de participar. A él no lo había convocado nadie. Se convocó solo, por su historia, por su sangre y su pasado.

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