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Una vez terminada la ronda de prensa, Julia intentó hablar con el fiscal, pero éste se hallaba muy ocupado conversando con el director del museo y el mecenas. Por lo que escuchó, habían estudiado en la misma universidad, los atendía el mismo médico y sus hijos iban al mismo colegio. O algo así. Cuando finalmente se produjo un silencio, la detective se acercó a Toledo, se presentó e intentó resumirle los hechos, pero éste respondió:

–¿Dónde está el comisario? Tengo que darle instrucciones.

Julia lo acompañó donde su superior, porque ya sabía lo que iba a ocurrir. El fiscal iba a darle una serie de órdenes, pero Fuentes con un gesto le indicó a la detective:

–Ella trabaja en el caso.

Le agradeció con una leve sonrisa mientras el fiscal salía de su desazón.

–Mire, detective –comenzó Toledo–, no sé mucho de estas cosas de momias y museos, pero me entrega un informe lo antes posible y si necesita hacer algún procedimiento, me informa.

–Entendido, señor fiscal.

«Ignorante pero te deja ser», pensó la detective.

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