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–Detective –el guardia estaba en la portería y se irguió al ver llegar a Julia.

–¿Mi bicicleta quedó bien?

González se la mostró, oculta tras unos paneles al lado del mesón de recepción.

–Estuve revisando las cámaras de seguridad y no se ve nada raro –comentó el guardia–. Ayer tampoco hubo movimientos inusuales ni gente sospechosa. El museo se vació a la hora, revisé personalmente y me quedé hasta que se fue la gente del aseo, que sale más tarde los miércoles porque hoy retiran la basura. Aunque entre ellos hay dos peruanos que no me gustan nada.

–¿La gente del aseo es siempre la misma?

–Los chilenos a veces cambian, pero estos peruanos que les digo llevan harto tiempo ya. Capaz que quieran llevarse la momia de vuelta para allá con los indios, como quieren hacer con el Huáscar o como cuando se llevan piedras del morro de Arica.

–¿Le tomaron declaración a usted?

–No.

–Dígales lo mismo que me dijo a mí –Julia sonrió. No tenía ganas de discutir. Salió a recorrer el exterior del museo. Casi ocultos, en un costado había varios contenedores de basura. A eso se refería el guardia. Se acercó y los abrió. No vio nada extraño. Papeles, restos de comida y un fuerte olor a químicos. Con algo de náuseas, cerró y miró a su alrededor. Vio a lo lejos a un hombre llevando una bolsa blanca. Parecía un reciclador pues sus ropas se veían ajadas y algo sucias. El desconocido dio la vuelta al edificio y Julia decidió seguirlo. Corrió, y al doblar, no había nadie. El espacio era amplio, había unos pocos autos estacionados, pero al acercarse vio que estaban vacíos. La detective siguió rodeando el museo y vio ya muy lejos al sospechoso. Tenía dos opciones: salir corriendo y atraparlo, o seguirlo discretamente y quizá la llevaría a algún lugar que le permitiera resolver el caso. Optó por lo segundo. Partió tras él y notó que ya no tenía la bolsa. ¿Era la misma persona? Caminó rápido, los separaban unos cincuenta metros. Se dirigía a la salida de la Quinta Normal que da a calle Santo Domingo. Al ganar la calle, el desconocido corrió velozmente. «La chaqueta; me vio y reconoció la chaqueta de la policía», pensó Julia, maldiciendo mientras se lanzaba en su persecución.

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