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–Quiero ayudar y ver qué se hace en mi museo…

–Ayuda manteniéndose lejos de las vitrinas, ya han sido bastante contaminadas y dudo que podamos obtener algo.

–No voy a tocar nada, quiero asegurarme de que en mi museo se solucione este problema lo antes posible.

Julia prefirió ignorarlo mientras observaba la vitrina de las ofrendas y la cámara. Luego masculló para sí:

–Este museo no es suyo.

–¿Perdón? –preguntó Iturriaga.

En ese momento se produjo un pequeño alboroto afuera y entró corriendo un hombre de bufanda de seda y cabello elegantemente despeinado. Julia ya estaba lo bastante molesta con que le siguieran alterando su sitio del suceso, así que ni siquiera saludó:

–¡Quédese ahí! Esta es una escena de un crimen; no hay que contaminar nada.

A diferencia de los demás, el hombre le hizo caso. Miró con desazón las vitrinas vacías mientras el director se acercó a él y se abrazaron con pena. «Parece un funeral», pensó Julia.

–Es terrible, es terrible –dijo el desconocido.

–Tremendo, Cucho –le respondió Iturriaga.

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