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«Uno al que le tendremos que tomar las huellas», pensó Julia. En eso, sonó su teléfono celular. Era su colega Raúl.

–¿Detective Delgado? Acá el detective Briceño. Mire, llegamos al museo, pero la vitrina donde está el Niño no tiene ningún problema y la momia está en su lugar.

Julia miró extrañada a la cámara refrigerada, vacía y sin uno de sus vidrios laterales.

–¿Seguro, detective Briceño? Estoy al lado de ella y claramente ha habido un robo.

–¿Dónde está, detective, que no la veo? El pasillo está vacío…

–No estoy en un pasillo, estoy en la antesala del laboratorio.

–¿Cuál laboratorio?

–¿Cuál pasillo?

El detective Briceño escuchó mascullar algo a Julia y se cortó la comunicación. Un minuto después, mientras trataba de llamar de nuevo, la vio aparecer caminando acelerada. Él le hizo una seña indicándole la vitrina con la reconstrucción de la fosa donde había sido depositado el Niño, y el Niño adentro. Julia le sonrió y lo saludó de beso en la mejilla, para poder susurrarle:

–No hagas el loco, esta es una réplica, mira el cartelito.

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