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Julia Delgado estaba de buen humor pese a que se veía venir un caso delicado. No había alcanzado a salir con rumbo al cuartel cuando la llamaron para que fuera al Museo de Historia Natural porque algo grande había ocurrido. Eso significaba que no tenía que ir a Macul y volver, ya que el museo quedaba cerca de su casa. Decidió usar su bicicleta. Siempre que podía lo hacía, y arribó al lugar mucho antes que sus compañeros.

Luis Herrera esperaba ansioso en la entrada del museo y tuvo una pésima impresión al ver llegar a una mujer pequeña en bicicleta con la casaca de la policía: esperaba camionetas con balizas y sirenas y decenas de agentes con lentes oscuros.

–Detective Julia Delgado, Brigada de Delitos contra el Patrimonio –lo saludó–. ¿Dónde puedo estacionar?

Julia notó la desazón del arqueólogo, así que añadió:

–El resto de mis compañeros viene en camino.

Luis Herrera se presentó. Entre ellos apareció un hombre de avanzada edad y uniforme.

–Carlos González, jefe de guardias –y se cuadró ante la detective al mismo tiempo que ella le tendía la mano. Los dos sonrieron y finalmente se saludaron.

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