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Raúl Briceño volvió algo apesadumbrado: el director Iturriaga y el mecenas Neumann se habían ido arguyendo otros compromisos. Dejaron dicho, eso sí, que prestaban todo su apoyo en la investigación. Habría que concertar una entrevista para interrogarlos y eso podía tomar tiempo. Julia notó que su ayudante estaba triste; desde la mañana había cometido un error tras otro y tartamudeando explicaciones.
–Tranquilo, a todos nos pasa –le dijo Julia, y luego le susurró–: A mí se me escapó un sospechoso reciencito nomás.
Briceño la miró sorprendido y ella le explicó la persecución que había protagonizado un rato antes, la bolsa desaparecida y el misterioso recorrido del hombre.
–Pero puede haber sido solo un vagabundo asustado –la consoló el detective.
–Ojalá, pero acuérdate que todos son sospechosos.
Caminaron hacia la salida pero Julia retuvo a su ayudante.
–Dos cosas: lo de ahora queda entre nosotros…
–¿Y lo segundo?
–Hay un lugar donde siempre se encuentran las respuestas a todas nuestras preguntas.