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Julia vio pasar al Carlos González, el guardia, ordenó a Briceño que siguiera leyendo y fue donde él. Le pidió revisar las imágenes de las cámaras de seguridad. La llevó a la recepción y se sentó a un computador. Se veía la pantalla dividida en nueve, mostrando ángulos del interior y exterior del museo.

–Muéstreme desde ayer en la tarde.

El guardia ejecutó unas instrucciones con dificultad y mascullando groserías cuando no le funcionaban, hasta que logró ubicar el punto solicitado.

Miraron en silencio las imágenes. No se veía nada extraño. Duplicaron y luego cuadruplicaron la velocidad de reproducción al llegar la noche; solo se veían los corredores vacíos. La zona de acceso al laboratorio no mostraba nada más que la oscuridad de la noche. Llegaron al amanecer y luego se veía la entrada de los trabajadores. Tras eso, carreras y la llegada de la policía. Incluso Julia se vio paseando con su bicicleta. Nada sospechoso.

–Mire, mire, ahí llegan los peruanos –dijo el guardia.

–Están caminando.

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