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–Pero mire ahí, ¿no le parece sospechoso?

–Están barriendo. Algo esperable del personal de limpieza.

–Mire, ahí se esconden.

–En la otra cámara se ve claramente –le indicó Julia–. Están saludando a un compañero.

González refunfuñó.

–¿No tienen alarmas? –preguntó la detective.

–Sí, para puertas, ventanas y algunas vitrinas. Ninguna sonó.

«Nadie entró, nadie salió…». Rápidamente Julia tomó su radio y llamó a Briceño.

–Detective, junta a todos al lado de la ballena, cambio.

–¿Incluyendo a los de criminalística?

–Afirmativo.

Julia caminó de vuelta hacia el esqueleto del cetáceo. La seguía el guardia González. En el trayecto se encontró con el antropólogo Rodrigo Castillo; ella lo recordaba porque había alterado el sitio del suceso al recoger los vidrios de la cámara.

–Necesito su ayuda –dijo la detective–. Reúna al personal. Ahora.

La detective no se atrevía a manifestarlo, pero tenía la esperanza de que el Niño siguiera aún en el lugar. Minutos después estaban en la galería principal los dos detectives novatos que habían sido comisionados para tomar declaraciones y el equipo de criminalística. Al lado, el personal del museo. Todos miraban a Julia con curiosidad mientras se paseaba entre ellos.

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