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–¿Soy sospechoso? –preguntó– Conozco el lugar, la importancia del Niño, mentí sobre mi dirección y en el computador de mis padres hay algo que me vincula al robo.

–Si lo fuera, no se lo diría. Y si no fuera, tampoco se lo diría –respondió Julia.

–Respecto a mi dirección…

–¿Sí?

–La verdad es que lo hice porque al empezar a trabajar conocí las tarjetas de crédito y me volví loco comprando, endeudándome. Después no tenía cómo pagar, así que para esconderme de las empresas de cobranza comencé a dar el domicilio de mis padres y ellos me cubrían las espaldas. Ahora ya estoy saliendo de las deudas, pero siempre por costumbre doy la dirección de ellos.

–Esa explicación me parece mejor –dijo la detective.

–Pero le juro que no tengo nada que ver con el robo. Ojalá recuperen luego al Niñito. Lo queremos mucho en el museo.

–No dudo que lo quieran. Un menor de edad de quinientos años no deja de tener su encanto –dijo Julia mientras se montaba en su bicicleta.

Pedaleó bajando por Santiago. En casa la esperaban su marido y su hijo, otras preocupaciones. Arriba en el edificio quedaba Vanessa luchando contra el computador tortuga, y en algún lugar de la ciudad, el Niño del Plomo que seguía oculto conforme se hacía de noche.

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