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–Nadie últimamente… –dijo Esteban.

–¿Y hace, digamos, unos dos años?

–Lo ocupaba a veces Rodriguito y solo él –dijo la madre.

–Tenemos dos hijos más, Catalina, que vive en Canadá, y Ernesto, que vive su vida. No lo vemos casi nunca–Esteban suspiró al decir la última frase.

«Eso convierte en sospechoso a Rodrigo» pensó Julia. «Estos dos viejitos que se mueren de susto al ver a la policía no se van a embarcar en un robo como éste».

Luego de una agonizante espera, Rojas logró rescatar el historial de navegación. Julia ya había terminado su té.

–Nos vamos –anunció.

–¿Encontraron algo? –preguntó Rodrigo.

–Lo vamos a analizar primero –respondió Julia.

Se disponían a retirarse cuando Esteban, con cierto embarazo, se dirigió a Rojas:

–Detective, usted que parece que sabe harto de estos artefactos…

–¿Sí? –preguntó.

–Este… ¿me podría arreglar el computador?

La policía miró divertida a Julia, quien sonrió.

–Adelante, autorizada –respondió–. Si ya terminó nuestra jornada.

La detective Delgado dejó a su colega lidiando con la lentitud del aparato y bajó a sacar su bicicleta para volver a casa. Rodrigo la acompañó hasta la salida.

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