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Rojas intentó formular una explicación, pero Julia se le adelantó:

–¿Tienen un computador donde ven todo eso? –preguntó ella.

–Por supuesto. ¿Hay algún problema con el computador? –dijo Esteban.

Rojas usó la respuesta de manual:

–Necesitamos ir descartando sospechosos.

Al ver que las detectives no los buscaban a ellos ni a su hijo, los ancianos se fueron relajando. Ellas sólo querían revisar un aparato.

–¿Podemos ver el computador? –insistió sutilmente Rojas.

Los padres intercambiaron una mirada.

–Por supuesto, pasen –respondió Esteban.

Los guió por un pasillo hasta una pequeña leonera donde se amontonaban revistas, libros, diarios, fotografìas y otros papeles. Las paredes estaban cubiertas de fotos de distinta antigüedad donde se veían niños. Julia creyó reconocer en algunas al antropólogo Rodrigo Castillo. De no ser por la presencia del computador, arrinconado entre las pilas de cachivaches, se diría que el lugar pertenecía a la década de 1980. De todos modos, el artefacto parecía ser un modelo bastante antiguo. Rojas se adelantó, y tras una breve revisión presionó el botón de encendido. Julia se le acercó y le susurró al oído:

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