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–Cuéntame –dijo Julia.

–Encontré el lugar de donde se escribió la proclama de Wila Mallku.

–¿Los tenemos?

–No, es un cibercafé. Puede haber sido cualquiera. Pero me di el trabajo de revisar todas las entradas de su blog hacia atrás.

–¿Y descubriste algo?

–Tranquila, detective. Todas han sido hechas de distintos cibercafés del centro de Santiago.

–Eso nos deja donde mismo.

–Casi. Pero se me ocurrió revisar la IP de la creación del blog. Y ahí aparece una dirección particular. Fue desde un computador de escritorio.

Julia miró el nombre y la dirección en la pantalla. Sucre 1801, departamento 25, Ñuñoa. Le pareció recordarla. El propietario era Esteban Castillo.

–Necesito saber todo el tráfico de esa dirección –dijo Julia.

Quizá era una pista falsa pero era el único hilo del que podían tirar. Vanessa quedó de enviarle la información cuanto antes, pero además debía atender otros casos. Antes de despedirse, Julia le entregó la otra declaración, del colectivo T’aki, para que la rastreara.

Julia volvió a su escritorio y se quedó mirando una foto del Niño. Estaba ataviado con su traje ceremonial, sus joyas, el ajuar funerario y el tocado de plumas de cóndor. Quinientos años y seguía siendo una criatura víctima de los avatares de los adultos. «¿Dónde andas?», le preguntó. «¿Te despertaron?». Hubo un silencio. «Un Niño noble y viajero que nos trae un mensaje que no sé si entendemos. Igual que El Principito de De Saint-Exupéry», pensó.

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