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Una hora después, Esteban Castillo escuchó que llamaban a su citófono. Se dirigió a él con dificultad y su corazón se aceleró cuando escuchó su nombre y «Policía». Miró a su esposa que se había acercado. Dejó entreabierta la puerta y ambos esperaron allí.

Delgado y Rojas llegaron a la entrada del departamento, pero no ingresaron. Julia golpeó la puerta.

–Adelante –dijo el anciano.

Las detectives se mantuvieron en su sitio; podía estar esperando a otra persona y asustarse.

–¡Adelante! –insistió Esteban.

–Policía... –dijo Julia, con cierta cautela y suavemente, asomando apenas la cabeza por la puerta entreabierta.

–Sí sé, pasen.

Las detectives ingresaron. Vieron a una pareja de ancianos muy juntos, tomados de la mano. El caballero estaba muy pálido. Era normal que la gente adquiriera un aire de temor y desconfianza cuando se presentaban como policías, pero el hombre se veía asustado.

–En mi época no se veían mujeres policía –les dijo, a modo de saludo.

–Detectives Julia Delgado y Vanessa Rojas. Brigada de Delitos contra el Patrimonio –se presentó la primera, y ambas exhibieron sus respectivas placas.

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