Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Madres hay muchas y son todas mujeres. Le dedico esta novela a la mía, la Dra. Fanny Rosenzuaig

Todo iba bien, hasta que vi a Kugler frente a mí, a escasos tres metros de distancia. Todavía estábamos todos de pie. Quedé paralizada. Casi suelto el bastón. Y cuando avanzó hacia mí con los brazos extendidos, no pude evitar retroceder un paso y levantar la mano para detener su impulso. Fue una reacción instintiva. Por suerte no había soltado el bastón. A mi edad no es fácil caminar hacia atrás. Se me vino encima todo el horror, todo el desprecio. Él cambió de inmediato su postura y estiró la mano para saludarme. No se la pude estrechar. O quizás debería decir que no se la «quise» estrechar. Divisé a Mario unos metros más allá y me precipité a abrazarlo.

Fuera de ese episodio desagradable, el almuerzo fue muy lindo, muy emotivo. Hubo abrazos, por supuesto: con la mayoría no nos veíamos hace décadas; hubo brindis, discursos, lágrimas, los comentarios de rigor sobre el paso de los años y las marcas «imperceptibles» en cada uno, no has cambiado nada, eres la misma muchacha alegre de antes y tú el mismo mateo impertinente, hubo miradas contemplativas, nostálgicas, llenas de recuerdos; hubo homenajes a los ausentes. Fue un reencuentro memorable y necesario. No se cumplen todos los días sesenta años de graduados. Justo sesenta años, porque somos la promoción del 50. No conozco la cifra exacta, pero fuimos cerca del centenar los médicos que nos graduamos ese año en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. ¡Con qué orgullo lo digo!

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