Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Sesenta y siete años han transcurrido desde ese segundo lunes de marzo del año 1943, mi primer día en la universidad. Mi papá me había regalado el delantal blanco para Navidad y yo lo planché el domingo a última hora para que no tuviese tiempo de arrugarse. Mi mamá ya había muerto, si no lo habría planchado ella. Todavía vivíamos en el barrio Yungay, en la calle Libertad, lejos de la avenida Independencia, donde estaba situada la Facultad de Medicina. En aquellos años, esa distancia era lejana, a pesar de que ya existía el carro 36, un tranvía moderno en comparación con las góndolas que pasaban por la Alameda, con racimos de pasajeros colgando de las pisaderas laterales.

Libertad era una calle bordeada de ciruelos polvorientos, con poco tránsito; las veredas eran angostas, las calzadas de adoquines, las casas eran de dos pisos con paredes de adobe, frías y húmedas en invierno, todas con una puerta de madera y una ventana a cada lado de la entrada. Cada cierto tiempo repiqueteaban en el empedrado los cascos de los caballos de una pareja de carabineros, elegantes los caballos, imponentes, altos, lustrosos. También pasaba una carretela vendiendo verduras y frutas, el caballo de tiro menos reluciente, pero el vendedor más amable y comunicativo que los jinetes uniformados.

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