Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Ana, mi madre, no pudo saborear el resultado de su esfuerzo. Falleció un par de años antes de que yo iniciara mis estudios universitarios. Es una de las cosas que más lamento. Cuánto le hubiese gustado verme con el delantal blanco y el estetoscopio al cuello. Murió de tuberculosis, la misma enfermedad que mataría pocos meses después a don Pedro Aguirre Cerda, a cuyo funeral asistí con mi padre y mi hermano, el 25 de noviembre de 1941. Obviamente yo no había podido votar por él por ser menor de edad, pero participé en la campaña por intermedio de mi padre, partidario del Frente Popular. Mi padre no era militante de ninguno de los partidos que integraban el Frente, ni comunista ni socialista ni radical, pero le gustaba ese maestro que prometía ocuparse de los pobres.

Mi familia no era pobre, pero se desarrolló al borde de la pobreza, trabajando duro para mantenernos a flote, apiñados los cuatro en dos habitaciones, aunque nunca faltó la parafina para la estufa, que no calentaba mucho pero daba la sensación de hogar. En las casas de los pobres el brasero apenas marcaba una diferencia simbólica entre el interior del hogar y el patio. A pocas cuadras de la calle Libertad pululaban los niños jugando descalzos en el barro. Y un poco más lejos, la miseria. Por eso, el 25 de noviembre de 1941 los tres asistimos al funeral del «Presidente de los pobres».

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