Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

9 страница из 32

Cuando niña solía ir con mi mamá y mi hermano, a veces también con mi papá. Yo me pegaba a mi mamá mientras los varones probaban las escopetas a corcho o sacaban pecho en el callejón central con las manos en los bolsillos, siempre unos metros adelante, con la zancada dominguera, más corta que el paso del lunes, marcando siempre la dirección del recorrido. Mi mamá esperaba que voltearan hacia atrás para proponer una parada en los helados. Entonces Samuel miraba a mi papá con aire complaciente y pedíamos cuatro sabores diferentes para probarlos todos.

Cuando Ana se enfermó, solo íbamos los días con sol. No hace frío, le decían, pero ella, estoy un poco decaída; el próximo domingo sin falta. Y el próximo domingo se le había acumulado el planchado o la Quinta Normal estaba muy lejos o su tía había prometido visita y tenía que preparar sus famosos babka. La tuberculosis es una enfermedad fatigosa, para quien la padece y para quienes rodean al paciente. Por la noche, desde mi cama escuchaba la tos de mi madre; también por la mañana, cuando se encerraba en el baño a toser, y en la tarde mientras preparaba el queque para las once. Le encantaba combinar los sabores de sus raíces con el aroma de esa rama exótica donde había aprendido a cocinar charquicán y cochayuyos. Mezclaba los guisos con el mismo placer que en la literatura saltaba continentes con los autores rusos, franceses, chilenos.

Правообладателям