Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн
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No tenía más de trece años, pero creo que ese domingo en la mañana me hice feminista. Fue como si de repente se me hubiesen caído las ojeras de la infancia. De pronto vi claramente que las mujeres comprendían mejor que los hombres cuáles eran los problemas esenciales. Ellas paraban la olla y criaban a los hijos, parían y sufrían la opresión de los patrones y de los maridos, padres y hermanos, todos sabios en política, pero todos taponados.
Mi padre, que era ebanista, dejaba de cepillar y de esmerilar cuando escuchaba el anuncio del Repórter Esso en Radio Nacional de Agricultura. El noticiero era sagrado para él. Después comentaba las noticias con nosotros. De esa manera me enteré, por ejemplo, de las iniciativas del flamante ministro de Salud, el doctor Salvador Allende Gossens, de la inauguración del dispensario de Quirihue que se construyó para reforzar al Hospital de Chillán, que colapsó con el terremoto del 39; y también que en Chillán, al año siguiente, también a raíz del terremoto, México donó una escuela con murales que el mismo Alfaro Siqueiros fue a pintar. Mi papá, que no conocía Chillán, me describía con lujo de detalles los murales sobre la historia de Chile y de México gracias al locutor del Repórter Esso, y aprovechaba para recordarme que Siqueiros no era solamente un pintor, sino también un agente de Stalin y que había intentado asesinar a Trotsky, rusos ambos, y judío Trotsky. Esto último los conectaba a ambos con nuestro pasado de judíos ucranianos y estrechaba así el vínculo entre Chile y Ucrania por intermedio de Trotsky y el terremoto de Chillán, haciéndolos, además, partícipes de la realidad nacional. ¡Cómo no iba a estudiar medicina!