Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Además de mi condición de impúber, tampoco habría podido votar por mi condición de mujer. En 1938, cuando fue electo Presidente de la República el profesor cuyo lema de campaña era «Gobernar es educar», los hombres chilenos aún consideraban que las mujeres solo tenían capacidad mental para elegir a los alcaldes. Hubo que esperar el año 1949 para que juzgaran que teníamos la madurez suficiente para elegir al Presidente de la República, derecho que ejercimos por primera vez en 1952. Según los hombres de Chile, ni yo, ni mi madre, ni mi abuela, ni nadie de sexo femenino teníamos suficiente discernimiento para diferenciar los distintos programas políticos que proponían ellos para organizar a la sociedad.

Ese día de la elección estaba asomada en la ventana del primer piso de mi casa, sentada mirando la calle con el brazo apoyado en el alféizar, cuando vi a una mujer arengando con furia a los hombres que caminaban hacia los centros de votación. Les hablaba como se sermonea a los niños porfiados: ¡No vayan a meter la pata de nuevo! Piensen como adultos. ¡Don Pedro Aguirre Cerda es una oportunidad! Hasta que me vio en la ventana: Estos se venden por una botella de vino. Hasta ahí les llega el pensamiento, me dijo con una sonrisa cómplice. Luego volvió a dirigirse a los votantes: ¡Piensen como gente responsable, no como hombres!, y volvió a mirarme para festejar la ocurrencia.

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