Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Se tapaba la boca cuando le venían los accesos de tos, y cuando la atacaba con esputos, se metía al baño. Perdía peso de mes en mes. Uno de los síntomas de la tuberculosis es la falta de apetito. Ana mantenía sin embargo el ánimo alto. En la mesa comentaba con entusiasmo el último libro que estaba leyendo y lo que había aprendido sobre la guerra de Crimea o la vida en las minas de carbón de Escocia. Su mayor tormento era lo altamente contagiosa que era su enfermedad. No se asusten, decía, que el pan lo amasé con un pañuelo en la boca, como los bandidos del lejano oeste. «¿Amasaban pan?», le preguntaba mi papá tratando de hacerla reír. No, asaltaban bancos, respondía ella, pero se ponían un pañuelo en la boca para no contagiar al cajero.

Cuando murió dejamos de asistir a las fiestas populares al aire libre. Unos años después volví, pero en compañía de Kugler, Adler Kugler, que no era partidario de esas expresiones culturales donde, según él, la gente perdía la compostura, pero me acompañaba porque yo le gustaba y a mí me gustaban los eventos culturales. Con su elegancia de alemán refinado, se destacaba entre los vecinos de Estación Central o del parque Portales, donde solían organizar las kermeses a las que concurríamos. Kugler no perdía su distinción, que no sé si era decoro, apariencia o refinamiento natural. La corbata era de rigor, también la chaqueta, y a menudo el sombrero con una pluma.

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