Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Una estudió Leyes y la otra Pedagogía en Ciencias Naturales. Ambas viven aún, setenta años después del inicio de esa amistad. Las tres somos abuelas y seguimos considerando que sin la emancipación de la mujer, Chile nunca dejará de ser un pueblo feudal. Hoy nos cuesta reunirnos porque necesitamos que un hijo o un nieto nos traslade, pero hablamos por celular. Ni a Alicia ni a María Eugenia les gustaba mi amistad con Kugler. «Se cree alemán», decía Alicia. «Pero si es alemán», lo defendía yo. «Peor aún», sentenciaba María Eugenia, y las tres nos reíamos como las tres colegialas que habíamos sido.

Pedro Aguirre Cerda falleció en la primavera del 41; mi mamá, en pleno invierno, una tarde gris de llovizna. Y tanto que le gustaban los atardeceres en Santiago, cuando el cielo se pone rojo, a veces violeta con franjas de nubes verdes. Siempre que podía se encaramaba en una silla en el patio para mirar las montañas por encima de la tapia y esperaba que el sol terminase de bajar para que vaya a calentar los sembradíos de remolacha, allá al norte del Mar Negro, donde los parientes la habían despedido con bailes y algunas provisiones para el viaje envueltas en un paño verde que guardaba celosamente en el baúl de su pieza. El funeral del Presidente fue grandioso porque el pueblo lo adoraba. El de ella fue más modesto, pero desgarrador.

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