Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Esa noche lloré desconsoladamente, en la mesa primero, donde nadie quiso comer; luego en la almohada, más silenciosamente, sola con mi mamá.

Mi papá y mi hermano, José y Samuel, quedaron desamparados. Tristes como yo, pero también asustados. Los hombres no están preparados para enfrentar las dificultades de fondo, las emocionales, las vitales. Saben enfrentar los problemas laborales, saben cambiar una bujía, plegar un mapa de carreteras, pero no están formados para afrontar el dolor. Los hombres quedan perdidos como niños cuando los abandonan las mujeres que los sostienen. Generalmente se derrumban y esperan, abatidos y desorientados, que otra mujer los venga a levantar, amante, madre, hermana, o por último una amiga, alguien que sepa mantenerse de pie sin apoyo.

Alicia decía que a Chile le había sucedido eso cuando falleció Aguirre Cerda: el país quedó a la deriva. El maestro se fue cuando la gente empezaba a entender eso de la educación gratuita, única, obligatoria y laica. Gobernar es educar, decía el «Presidente profesor», lo que no era una alegoría ni una parábola, sino una realidad. Aguirre Cerda fue profesor de castellano y filosofía en varios liceos públicos. Chile se había convertido en un aula de clases que súbitamente se quedó sin el profesor que le daba sentido al trabajo y al estudio. Nos quedamos sin el mentor, el forjador de la Corfo y su política de industrialización. Así también quedamos nosotros, Samuel, José y yo, cuando murió mi mamá: abandonados en la incertidumbre, más frágiles y más desprotegidos, como Chile sin su Presidente.

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