Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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A pesar de la admiración que mi abuelo sentía por Europa, yo nunca establecí comparaciones ni medí la creación nacional con parámetros importados del viejo continente. Me acuerdo que tenía la ilusión de conocer Europa, como muchos, pero no consideraba ese hipotético viaje como algo indispensable para entender mejor a la humanidad. Por supuesto que Grecia, Italia, España representaban para mí buena parte de los fundamentos de Chile; también Francia, sobre todo cuando empecé a estudiar medicina; y Rusia, por la influencia de mis padres y abuelos; sin embargo nunca pensé que fuese indispensable visitar esos países para entender la idiosincrasia de los chilenos ni el orden social del país.

La profesora de Historia que tuve los dos últimos años del liceo ejerció una gran influencia sobre mí y mis amigas. Europa son las catedrales majestuosas, pero también la inquisición; nos decía, Francia es Marie Curie, Pasteur, Víctor Hugo; pero también los genocidios coloniales. El derecho y la filosofía, pero también las guerras. Europa nos obnubila, pero también nos puede quemar la retina. El abuelo no compartía su mirada crítica sobre la luz que irradiaba Europa sobre los otros continentes. Admiraba a Estados Unidos por su indiscutible capacidad de progreso, pero para él América del Norte nunca adquiriría la estatura cultural que Europa había alcanzado con tanto intercambio entre distintas civilizaciones en tantos siglos de historia.

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