Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Yo defendía la visión de mi profesora, que en lugar de alabar el Imperio Romano, admiraba Italia por el Renacimiento, por Cinecittá, por Dante Alighieri y Garibaldi, y no por las legiones y centurias de un imperio opresor. De Grecia hablaba, pero no del siglo de Pericles, sino de la resistencia a los nazis. Y a España no la mencionaba porque no es hora de hablar de Cristóbal Colón cuando en la Península Ibérica están asesinando a la gente en las cárceles franquistas, le respondió a una alumna que la interrogó sobre la nacionalidad del navegante, y tampoco es hora de hacer chistes, profirió cuando otra alumna preguntó si a Colón lo habían matado los franquistas.

Era mi profesora preferida. Nos hablaba de las luchas de las mujeres contra la opresión de los hombres en Europa y en Estados Unidos. En una ocasión en que mencionó a la Kollontái y explicó que era rusa, mis dos amigas me miraron de reojo como si yo pudiese ser pariente de la luchadora. También nos hablaba del ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social del presidente Pedro Aguirre Cerda, el doctor Allende Gossens, que recorría el país en sus cruzadas contra el tifus y las enfermedades venéreas. Hablaba de ese ministro de Salud que «bajaba» al pueblo con más entusiasmo que de las campañas militares de Alejandro Magno. Entonces yo opinaba, porque de ese personaje algo ya sabía por mi padre.

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