Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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Conservaba muchos recuerdos de su región de origen, en la ladera de los montes Cárpatos; no así de la ciudad donde había nacido, Vinnitsia, al sureste de Kiev, donde su madre había tenido que viajar para dar a luz. Unos años más tarde, todavía muy niña, había vuelto a Vinnitsia camino a Odessa, donde embarcaron para migrar a América. Pero tampoco tenía memoria de esa segunda visita. Ana era incapaz de fabular sobre su pasado. Yo quería escuchar anécdotas de ese viaje extraordinario, pero ella encogía los hombros y me sonreía en silencio desde la mecedora.

Cuando Ana y su familia hicieron ese viaje a Odessa, todavía los bolcheviques no habían expulsado del Kremlin a Nicolás II, el «Zar de todas las Rusias», pero ya había estallado la Primera Guerra Mundial. Su padre decidió esperar el fin del invierno del año 1915 para emprender la travesía, a la vez éxodo y tránsito a la tierra prometida. No quiso apresurarse y correr el riesgo de quedar atascado por una nevazón en un pueblo desconocido. Ucrania no es Siberia, pero cuando hay pobreza, el frío es igual de insoportable, me explicaba Ana recordando el trabajo de atesorar leña. Tu abuelo era muy precavido. No aguantaba las ganas de conocer América, donde según los primos la riqueza estaba mejor distribuida y los judíos no vivían apartados. Pero aguantó las ganas de partir hasta el fin del invierno. Ucrania es muy linda en primavera. Algún día conocerás. Chile también es lindo en primavera, a pesar de que los aromos florecen en julio. El aromo era el árbol predilecto de mi madre.

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