Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

4 страница из 32

La gente se saludaba. Si alguien se cruzaba con un vecino que venía acompañado de un desconocido, la costumbre era presentar al forastero. Había un almacén en la esquina donde me mandaban a comprar harina, aceite, arroz, todo a granel. A Samuel, mi hermano, no le tocaba ir al almacén, porque a los hombres no les correspondía hacer compras; tampoco lavar platos, cocinar, planchar, hacer la cama o barrer. Él era responsable de las cuentas y de todo lo que tuviese que ver con números. Pero los tiempos estaban cambiando y a nadie en el barrio le sorprendió que yo entrara a la universidad. Todos fueron testigos de la tenacidad con que mi madre insistía en que debía sacar una carrera. Para una mujer es más importante que para un hombre estudiar, me decía, ellos siempre tendrán a la sociedad para apoyarlos en sus emprendimientos; no así las mujeres, que solo contamos con nuestras únicas propias fuerzas para salir adelante. Las vicisitudes de la vida serán siempre más, y más espinudas para ti que para cualquier varón.

Правообладателям