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VIII
De los efectos de la divina Sabiduría, el hombre es el más admirable, considerando que la divina Virtud unió en una forma tres naturalezas y cuán sutilmente armonizado ha de estar su cuerpo con forma tal, estando organizado por casi todas sus virtudes. Por lo cual, por la mucha concordia con que es menester que tantos órganos se correspondan, de tanto número de hombres como hay, pocos son los perfectos. Y si esta criatura es tan admirable, ciertamente que no se ha de temer tan sólo el tratar de sus condiciones con las palabras, sino también con el pensamiento, conforme a aquellas palabras del Eclesiástico: «¿Quién buscaba la sabiduría de Dios que a todas las cosas precede?»; y aquéllas otras donde dice: «No pediré cosas más altas que tú; mas piensa las cosas que Dios te mandó, y no seas curioso de más obras suyas»; es decir, solícito. Yo, por tanto, que en esta tercera partícula me propongo hablar de alguna condición de tal criatura -en cuanto en su cuerpo aparece por bondad del alma, sensible belleza-, temerosamente e inseguro, me propongo comenzar a desatar, si no del todo, al menos alguna cosa de tanto nudo.