Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Lady Russell, convencida de que no se permitiría a Ana tener ni voz ni voto en la elección de la casa que iban a tomar, sintió mucho verse separada tan pronto de ella e hizo todo lo posible por que se quedase a su lado hasta que fuesen ambas a Bath pasadas las Navidades. Pero unos compromisos, que la retuvieron fuera de Kellynch varias semanas, le impidieron insistir en su invitación todo lo que hubiese querido. Y Ana, aunque temía los posibles calores de septiembre en la blanca y deslumbrante Bath y la apesadumbraba renunciar a la dulce y melancólica influencia de los meses otoñales en el campo, pensó que, bien mirado, no deseaba quedarse. Sería mejor y más prudente, y por lo tanto la haría sufrir menos, irse con los otros.
No obstante ocurrió algo que dio a sus ideas un giro inesperado. María, que estaba a menudo algo delicada, siempre ocupada en sus propias lamentaciones, y que tenía la costumbre de acudir a Ana en cuanto le pasaba algo, se hallaba indispuesta. Previendo que no tendría un día bueno en todo el otoño, le rogó, o mejor dicho le exigió, pues a decir verdad no podía llamarse a eso un ruego, que fuese a su quinta de Uppercross para hacerle compañía todo el tiempo que la necesitase en vez de irse a Bath.