Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Uppercross era un pueblo relativamente pequeño que pocos años antes aún conservaba todo el viejo estilo inglés.
Ana había estado allí varias veces. Conocía los caminos de Uppercross tan bien como los de Kellynch. Las dos familias estaban juntas tan constantemente y tenían tal costumbre de entrar y salir de una y otra casa a todas horas, que se llevó una sorpresa al encontrar a María sola. Estar sola y sentirse enferma y malhumorada eran casi la misma cosa para ella. Aunque de mejor condición que su hermana mayor, María no tenía ni el entendimiento ni el buen carácter de Ana. Mientras se encontraba bien y se sentía feliz y agasajada, estaba de muy buen talante y animadísima; pero cualquier indisposición la hundía por completo; no tenía recursos para la soledad; y habiendo heredado una parte considerable de la presunción de los Elliot, estaba muy dispuesta a añadir a sus otras congojas la de creerse abandonada y maltratada. Físicamente era inferior a sus dos hermanas, e incluso cuando estaba en lo mejor de su edad no llegó a ser más que regularcilla. Estaba tendida en el desvencijado sofá del amable saloncillo cuyo mobiliario elegante en un tiempo había ido desluciéndose bajo la acción de cuatro veranos y dos niños. Cuando vio aparecer a Ana la recibió, diciéndole: