Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-Me alegro de que estuvieses lo bastante bien y supongo que pasaste un rato muy agradable.

-Nada del otro mundo. Siempre se sabe de antemano lo que va a ser una cena y a quiénes vas a encontrar allí. ¡Y es tan incómodo no tener coche propio! Los señores Musgrove me llevaron en el suyo y anduvimos como sardinas en lata ¡Son tan corpulentos y ocupan tanto espacio! El señor Musgrove siempre se sienta delante. Yo iba aplastada en el asiento trasero entre Enriqueta y Luisa. No me extrañaría que toda mi enfermedad de hoy se debiera a eso.

Con un poco más de perseverante paciencia y de forzada jovialidad consiguió Ana que María se restableciese prontamente. Al poco rato ya pudo incorporarse en el sofá y empezó a acariciar la esperanza de poder dejarlo para la hora de la comida. Luego olvidó su postración y se fue al otro extremo del salón para arreglar un ramo de flores. Se comió unos fiambres y se sintió tan aliviada que propuso ir a dar un paseo.

-¿Adónde iremos? -preguntó en cuanto estuvieron listas -. Me imagino que no querrás ir a visitar a los de la Casa Grande antes de que ellos hayan venido a verte.

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