Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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-¿No has estado con tus niños?
-Sí, mientras he podido soportar su bullicio; pero son tan traviesos que me hacen más mal que bien. Carlitos no obedece en nada y Walter crece igual de malo.
-Bueno; ahora te pondrás mejor -replicó Ana jovialmente-. Ya sabes que siempre te curo en cuanto llego. ¿Cómo están tus vecinos de la Casa Grande?
-No puedo decirte nada de ellos. Hoy no he visto más que al señor Musgrove, que se ha detenido un momento y me ha hablado por la ventana, pero sin bajar del caballo. Por mucho que les dije lo mal que estaba, ninguno de ellos se me acercó. Me figuro que habrá sido porque a las señoritas Musgrove no les venía de paso y nunca se salen de su camino.
-Tal vez los veas antes de que pase la mañana. Es temprano todavía.
-Ni falta que me hacen, puedes estar segura. Encuentro que charlan y ríen demasiado. ¡Ay, Ana, qué mal estoy! ¿Cómo no viniste el jueves?
-Querida María, acuérdate de que me mandaste decir que estabas bien. Me escribiste con la mayor alegría diciéndome que te hallabas perfectamente y que no me diera prisa en venir. Por ello quise quedarme hasta el final con Lady Russell; y además del cariño que le tengo, estuve tan ocupada, y he tenido tanto que hacer que de ninguna manera hubiese podido salir antes de Kellynch.