Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Le habló, pero, al parecer, lo único que logró fue ofenderla. Isabel no pudo comprender cómo le había pasado por la mente tan absurda sospecha, y le contestó, indignada, que cada cual sabe muy bien cuál es el lugar que ocupa.
-La señora Clay -dijo acaloradamente- nunca olvida quién es; y como yo estoy mucho mejor enterada de sus sentimientos que tú, puedo asegurarte que sus ideas sobre el matrimonio son discretas, y que reprueba la desigualdad de condición y de rango con más energía que muchas otras personas. En cuanto a papá, no puedo admitir, en verdad, que él, que ha permanecido viudo tanto tiempo en atención a nosotras, tenga que pasar ahora por esta sospecha. Si la señora Clay fuese una mujer muy hermosa, te concedo que no estaría bien que anduviese demasiado conmigo; no porque haya nada en el mundo, estoy segura, que indujese a papá a hacer un matrimonio degradante, sino porque eso podría hacerlo desgraciado. ¡Pero la pobre señora Clay, que, con todos sus méritos, nunca ha sido ni pasablemente bonita! Creo en verdad que la pobre señora Clay puede estar aquí bien a salvo. ¡Cualquiera diría que nunca has oído hablar a papá de sus defectos, y lo has oído cincuenta veces!, ¡con aquel diente y aquellas pecas! A mí las pecas no me disgustan tanto como a él; conocí a una persona que tenía la cara no del todo desfigurada por unas cuantas, pero papá las detesta. Ya debes haberle oído comentar las pecas de la señora Clay.