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-No puedo hacer nada sin Ana -argüía María. E Isabel replicaba:

-Pues, siendo así, estoy segura de que Ana hará mejor en quedarse, porque en Bath no hace la menor falta.

Ser solicitada como algo útil, aunque sea en una forma impropia, vale más, al fin y al cabo, que ser rechazada como algo inútil. Y Ana, contenta de que la considerasen necesaria y de tener que cumplir algún deber; segura además de que lo cumpliría con alegría en el escenario de su propia y querida comarca, accedió sin dilación a quedarse.

Esta invitación de María allanó todas las dificultades de Lady Russell; y, por consiguiente, se acordó que Ana no iría a Bath hasta que Lady Russell la acompañase y que, entretanto, distribuiría su tiempo entre la quinta de Uppercross y la casita de Kellynch.

Hasta aquí todo iba a pedir de boca; pero a Lady Russell le faltó poco para desmayarse cuando se enteró del disparate que entrañaba una de las partes del plan de Kellynch Hall y que consistía en lo siguiente: la señora Clay sería invitada a ir a Bath con Sir Walter e Isabel en calidad de importante y valiosa ayuda para esta última en todos los trabajos que les esperaban. Lady Russell sentía muchísimo que hubiesen recurrido a tal medida; la asombraba, la afligía y la asustaba. Y la afrenta que significaba para Ana el hecho de que la señora Clay fuese tan necesaria mientras ella no servía para nada, era una agravante aún más penosa.

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