Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-El capitán Wentworth no estuvo muy galante contigo, Ana, a pesar de lo atento que estuvo conmigo. Cuando se marcharon, Enriqueta le preguntó qué le parecías, y él le dijo que estás tan cambiada que no te habría reconocido.

Por lo general, María no acostumbraba respetar los sentimientos de su hermana, pero no tenía la menor sospecha de la herida que le infligía.

“¡Tan cambiada que no me habría reconocido!” Ana se quedó sumida en una silenciosa y profunda mortificación. Así era, sin duda; y no podía desquitarse, porque él no había cambiado si no era para mejor. Lo notó al momento y no podía rectificar su juicio, aunque él pensara de ella lo que quisiera. No; los años que habían distraído su juventud y su lozanía no habían hecho más que darle a él mayor esplendor, hombría, y desenvoltura, sin menoscabar para nada sus dotes personales. Ana había visto al mismo Federico Wentworth.

“¡Tan cambiada que no la habría reconocido!” Estas palabras no podían menos que obsesionarla. Poco después comenzó a regocijarse de haberlas oído. Eran tranquilizadoras, apaciguadoras, reconfortaban y, por tanto, debían hacerla feliz.

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