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Si los sentimientos antiguos se habían de renovar, el pasado debía volver a la memoria de ambos: estaban forzados a regresar a él.

El año de su compromiso no podía menos que ser aludido por él en las pequeñas narraciones y descripciones propias de la conversación. Su profesión lo predisponía a ello; su estado de ánimo lo hacía locuaz:

“Eso fue en el año seis”, “Esto fue después que me hice a la mar en el año seis” fueron frases dichas en el transcurso de la primera tarde que pasaron juntos. Y a pesar de que su voz no se alteró, y a pesar de que ella no tenía razón para suponer que sus ojos la buscaban al hablar, Ana sintió la completa imposibilidad, dado su carácter, de que existiera otra mujer para él. Debía haber la misma inmediata asociación de pensamiento, pero no supuso que pudiera haber el mismo dolor.

Sus conversaciones, sus expresiones, eran las que exige la más elemental cortesía mundana. ¡Tanto como habían sido una vez el uno para el otro! Y ahora nada. En cierta época de su vida les hubiese sido difícil pasar un momento sin dirigirse la palabra, aun en medio de la más concurrida reunión del salón de Uppercross.

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