Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Las muchachas miraron sorprendidas.
-El Almirantazgo -prosiguió él- se entretiene en enviar de vez en cuando algunos centenares de hombres al mar en barcos que ya no sirven. Pero ellos tienen que cuidar muchísimas cosas, y entre los miles que de todos modos se irán al fondo, les es difícil distinguir cuál es el grupo que sería más de lamentar.
-¡Bah, bah! -exclamó el viejo almirante-. ¡Qué charlas sin sentido tienen estos jóvenes! Jamás hubo mejor goleta que el Asp en su tiempo. Entre las goletas de construcción antigua jamás encontrarán ustedes rival. ¡Dichoso quien la tuvo! El sabe que debe haber habido veinte hombres solicitándola por aquel entonces. ¡Dichoso quien obtuvo tan pronto algo semejante, no teniendo más interés que el suyo propio!
-Le aseguro, almirante, que comprendo mi suerte -respondió muy serio el capitán Wentworth-. Estaba tan contento con mi destino como usted habría podido estarlo. Era algo grande para mí, en aquella época, estar en el mar, algo muy grande. Deseaba hacer algo.