Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Sus sentimientos la hacían hablar en voz alta, y el capitán Wentworth, oyendo sólo parte de lo que decía, y no teniendo probablemente en su pensamiento a Dick Musgrove, quedó en suspenso, como esperando algo.

-Habla de mi hermano -dijo una de las muchachas-. Mamá está pensando en el pobre Ricardo.

-Pobre chico -continuó Mrs. Musgrove-. Se había puesto tan serio; sus cartas eran excelentes mientras estuvo bajo su mando. Hubiera sido dichoso si nunca lo hubiese abandonado a usted. Puedo asegurarle, capitán Wentworth, que hubiéramos sido muy felices todos nosotros si así hubiese sido.

Una momentánea expresión del capitán Wentworth, mientras hablaba, una rápida mirada de sus brillantes ojos, un gesto de su hermosa boca, bastaron para probar a Ana que en lugar de compartir los deseos de Mrs. Musgrove respecto a su hijo, había tenido, a no dudarlo, mucho deseo de verse libre de él; pero esto fue un movimiento tan rápido que ninguno que no lo conociera tanto como ella pudo notarlo. Un instante después, dominándose, tomó aire serio y reposado, y casi de inmediato, encaminándose al sofá, ocupado por Ana y Mrs. Musgrove, se sentó al lado de ésta y empezó en voz baja una conversación con ella, acerca de su hijo, haciéndolo con simpatía y gracia naturales, mostrando la mayor consideración por todo lo que había de real y sincero en los sentimientos de los padres.

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