Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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María le hablaba, pero Ana no la escuchaba. La había visto. Se habían encontrado. ¡Habían estado una vez más bajo el mismo techo!
Sin embargo, no tardó en empezar a razonar consigo misma y en procurar controlar sus sentimientos. Ocho años, casi ocho años habían transcurrido desde su ruptura. ¡Era tan absurdo recaer en la agitación que aquel intervalo había relegado a la distancia y al olvido! ¿Qué no podían hacer ocho años? Sucesos de todas clases, cambios, desvíos, ausencias, todo; todo cabía en ocho años. ¡Y cuán natural y cierto era que entretanto se olvidase el pasado! Aquel período significaba casi una tercera parte de su propia vida.
Pero, ¡ay!, a pesar de todos sus argumentos, Ana se dio cuenta de que para los sentimientos arraigados ocho años eran poco más que nada.
Y ahora, ¿cómo leer en el corazón de Federico? ¿Deseaba huir de ella? Y en seguida se odió a sí misma por haberse hecho esa loca pregunta.
Pero todas sus dudas quedaron despejadas por otra cuestión en la que su extrema perspicacia no había reparado. Las señoritas Musgrove volvieron a la quinta para despedirse, y cuando se hubieron ido, María le proporcionó esta espontánea información: