Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¿Ya nos vamos? —objetó—. ¿Así? ¿No podemos ni fumarnos un cigarrillo antes?

—Todo el mundo ha fumado en la comida.

—Ay, vamos a divertirnos —imploró Daisy—. Hace demasiado calor para pelearse.

Tom no respondió.

—Lo que tú mandes —dijo Daisy—. Vamos, Jordan.

Subieron a arreglarse mientras los tres hombres arrastrábamos los pies por las piedras calientes. La curva plateada de la luna flotaba ya en el cielo, al oeste. Gatsby fue a hablar y cambió de idea, pero no antes de que Tom se volviera a mirarlo, expectante.

—¿Tiene aquí las cuadras? —preguntó Gatsby, haciendo un esfuerzo.

—A unos cuatrocientos metros carretera abajo.

—Ah.

Pausa.

—No entiendo la idea de ir a la ciudad —saltó, feroz, Tom—. Las mujeres tienen unas ocurrencias…

—¿Nos llevamos algo para beber? —preguntó Daisy desde una ventana de la planta de arriba.

—Voy a coger whisky —respondió Tom.

Entró en la casa.

Gatsby se volvió hacia mí, rígido.

—No puedo hablar en casa del marido, compañero.

—Daisy tiene una voz indiscreta —señalé—. Está llena de… —dudé.

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