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—Oiga —dijo Tom, zarandeándolo—. Acabo de llegar de Nueva York hace un momento. Le traía el cupé del que habíamos hablado. El coche amarillo que yo conducía esta tarde no es mío. ¿Me oye? No lo he visto en toda la tarde.

El negro y yo éramos los únicos que estábamos lo suficientemente cerca para oír lo que decía Tom, pero el policía captó algo en el tono de la voz y nos miró con ojos hostiles.

—¿Qué pasa ahí? —preguntó.

—Soy amigo suyo —Tom volvió la cabeza, pero sus manos siguieron sosteniendo con firmeza el cuerpo de Wilson—. Dice que conoce el coche del accidente… Ha sido un coche amarillo.

Por algún instinto indeterminado el policía consideró sospechoso a Tom.

—¿Y de qué color es su coche?

—Azul. Es un cupé.

—Hemos llegado directamente de Nueva York —dije.

Uno que durante un tramo nos había seguido con su coche confirmó lo que yo decía, y el policía dio media vuelta.

—A ver si ahora puedo escribir correctamente su nombre…

Cogiendo a Wilson como a un muñeco, Tom lo metió en la oficina, lo sentó en una silla y volvió.

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