Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¿Por qué me traes a la memoria hechos cuyo simple recuerdo me hace estremecer, y de los cuales solo yo soy la triste causa y razón? —grité—. ¡Maldito sea el día en que viste la luz! ¡Y aunque me maldiga a mí mismo, malditas sean las manos que te crearon! ¡Me has hecho más desgraciado de lo que nadie puede imaginar! ¡No me has dejado la posibilidad de considerar si soy justo contigo o no! ¡Apártate, apártate de mi vista!

—Así lo haré, Creador, apartaré de vuestra vista a aquel a quien aborrecéis —contestó y puso delante de mis ojos sus espantosas manos, y yo las aparté con violencia—; pero podéis seguir escuchándome y concederme vuestra compasión. Por las virtudes que tuve una vez, os lo ruego: escuchad mi historia. Es larga y extraña, y la temperatura de este lugar no es adecuada para vuestra delicada sensibilidad; venid a la cabaña de las montañas. El sol aún está alto en el cielo; antes de que caiga y se oculte tras aquellas montañas e ilumine otro mundo, habréis escuchado mi historia y podréis decidir. De vos depende si he de apartarme para siempre de los lugares que ocupan los hombres y he de llevar una vida tranquila, sin hacer daño a nadie, o he de convertirme en el azote de vuestros semejantes y en la causa de vuestra ruina inmediata.

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