Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Y diciendo aquello, emprendió la marcha por el hielo. Lo seguí. Tenía el corazón destrozado y no le respondí; pero mientras avanzaba, sopesé los distintos argumentos que había utilizado, y al fin decidí escuchar su historia. En parte me vi empujado por la curiosidad, y la compasión terminó de inclinarme a ello. Hasta entonces solo lo consideraba el asesino de mi hermano, y deseaba con ansiedad que me confirmara o me negara aquella idea. Por vez primera también, sentí que un creador tenía deberes para con su criatura, y que antes de quejarme por su maldad debía conseguir que fuera feliz. Esos motivos me forzaron a aceptar su ruego. Cruzamos los hielos, pues, y ascendimos por las montañas que había al otro lado. El aire era frío, y la lluvia comenzaba a caer de nuevo. Entramos en la cabaña… el monstruo con aire de satisfacción, yo con el corazón oprimido y con los ánimos abatidos. Pero había decidido escucharle; y, sentándome junto al fuego que encendió, comenzó a contarme así su historia.

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