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Poco después, una hermosa luz fue cubriendo los cielos poco a poco y tuve una sensación de placer. Me levanté y observé una brillante esfera que se elevaba entre los árboles. La miré maravillado. Se movía lentamente; pero iluminaba mi camino, y de nuevo fui a buscar frutos. Todavía estaba aterido cuando, bajo uno de los árboles, encontré una enorme capa con la cual me cubrí, y me senté en la tierra. No había ideas claras en mi mente; todo me resultaba confuso. Sentía la luz, el hambre, la sed y la oscuridad; innumerables sonidos tintineaban en mis oídos, y por todas partes me llegaban distintos olores; lo único que podía distinguir era la luna brillante, y clavé mis ojos en ella con placer. Transcurrieron varios días y noches, y la esfera de la noche ya había menguado mucho cuando comencé a distinguir unas sensaciones de otras. Poco a poco empecé a discernir con facilidad el arroyo claro que me proporcionaba el agua y los árboles que me cubrían con su follaje. Me encantó descubrir por vez primera aquel sonido tan agradable que a menudo halagaba mis oídos, y que procedía de las gargantas de pequeños animales alados que a menudo la luz de mis ojos descubría. También comencé a ver con más precisión las formas que me rodeaban y a comprender las horas de la radiante luz que se derramaba sobre mí. A veces intentaba imitar las agradables canciones de los pájaros, pero me resultaba imposible. A veces deseaba expresar mis sensaciones a mi modo, pero el sonido desagradable e incomprensible que salió de mi garganta me aterró y me devolvió de nuevo al silencio.

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