Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—No saber lo que ha ocurrido es mil veces peor que el acontecimiento más horrible. Dígame qué nueva escena de muerte ha tenido lugar y a qué muerto debo llorar.

—Su familia se encuentra toda perfectamente bien —dijo el señor Kirwin con amabilidad—, y alguno, alguien que le quiere, va a venir a visitarle.

No sé qué asociación de ideas se produjo en mi mente, pero instantáneamente se me pasó por la cabeza que el monstruo había venido a burlarse de mi desgracia y a reírse de mí por la muerte de Clerval, como una nueva forma de instigarme a cumplir sus diabólicos deseos. Me cubrí los ojos con las manos y grité de angustia…

—¡Oh, lléveselo…! ¡No puedo verlo! ¡Por el amor de Dios, no le deje entrar…!

El señor Kirwin me miró con gesto contrariado. No pudo evitar pensar que mi exclamación podía entenderse como una confirmación de mi culpabilidad, y dijo en un tono bastante severo:

—Hubiera creído, joven, que la presencia de su padre sería bienvenida, en vez de producirle una aversión tan violenta.

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