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—¿Ya está mejor, señor? —dijo.

Contesté en el mismo idioma, con una voz débil.

—Creo que sí; pero si todo esto es verdad, si no estoy en realidad soñando, lamento estar aún vivo para seguir sintiendo este sufrimiento y este horror.

—Si es por eso —replicó la vieja—, si lo dice usted por el caballero que mató, creo que sería mejor que estuviera usted muerto, porque me parece a mí que lo va a pasar muy mal. Lo van a colgar a usted cuando se celebren las próximas sesiones judiciales en el pueblo; de todos modos, no es asunto mío. Me han dicho que lo cuide y ya está usted bien. Cumplo con mi deber y tengo la conciencia tranquila; mejor nos iría si todo el mundo hiciera lo mismo.

Le di la espalda con repugnancia a aquella mujer que podía hablarle de aquel modo absolutamente insensible a una persona que se acababa de salvar, habiendo estado al filo de la muerte; pero me sentí débil e incapaz de pensar en todo lo que había acontecido. Todas las escenas de mi vida aparecían como en un sueño. A veces dudaba y pensaba que tal vez todo aquello no era verdad, porque los hechos nunca adquirían en mi mente toda la fuerza de la realidad.

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