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Pensándolo mejor, he llegado a la conclusión de que es extraño relacionar ese sonido con el de su lengua al lamer sus órganos urinario-genitales. Pero solo gracias a la extrapolación de un contexto a otro he podido juzgarme, reprobándole a mi memoria su indecencia, y por extensión, a mí misma. O más bien, al miedo a ser anormal, una especie de depravada sexual que irrumpe en forma de imágenes.

Eso me lleva a pensar en otra escena. Constituye un pensamiento de esos que llaman intrusivos. El pensamiento en cuestión se da bajo la forma de una imagen fuertemente saturada, irresistible y repulsiva a partes iguales. Como las anteriores. No es que las imágenes estén en sí mismas dotadas de atractivo o de repulsión. Esa carga les viene dada por no sé qué instancia desconocida. Desde luego, no se trata de un poder de atracción convencional, que diríamos. Es, simplemente, la imposibilidad de apartar la mirada, una especie de magnetismo hipnótico que va aparejado a unas ganas de vomitar figuradas. Nada físicamente comprobable. Todo mental.

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