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Estos «desvíos» —aparentemente banales, detalles a menudo considerados sin importancia por la comunidad humana circundante— de la realidad no son sino el núcleo más duro. Es un tremendo error creer que estos «descentramientos» podrían existir con independencia del resto de las cosas (o las cosas sin ellos), exentos, en mi mente o en la de cualquier otro, exteriores al mundo o en yuxtaposición con él, y que se podría vivir prescindiendo de ellos.

Y, lo que es más, todos y cada uno de estos detalles son señales. No son signos que se podrían interpretar según unos códigos establecidos, que remitirían a uno o varios sentidos descifrables y, por tanto, analizables. Son, más bien, rastros, como las huellas de un zorro que desaparece en la nieve.

He intentado analizar estas «salidas». Buscar su causalidad psíquica y su carácter significante. ¿Con el objetivo quizás de darles un sentido? No lo creo. La mano-muerte y sus homólogas ya tienen uno. Y dan más miedo que dos canicas mirándote en la oscuridad. En realidad, las canicas no dan miedo: lo que da miedo no se nombra. La mano-muerte es un desajuste, un desorden constituyente, como las demás «huidas». Nos avisa de que no vivimos en eso que se suele llamar realidad.

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