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Esta vez se trata de algo que se repite de vez en cuando y que temo, y por esa razón evito pensar demasiado en ello. La naturaleza, a la vez, ingenua y altamente sexual de esta imagen, coincide con la de las anteriores, aunque en este caso podría verse como un reflejo de imágenes que circulan más o menos naturalizadas en nuestra vida mental expandida y disipada en comunidades virtuales.

Cuando como sola en lugares públicos y —siempre— existe la posibilidad de que sea vista u observada por un extraño —que siempre es un hombre—, mi mente diseña la imagen vívida de mi propia ingesta vista desde fuera, es decir, no puedo evitar verme a mí misma en tercera persona, como si incorporase en mí una mirada ajena, y mi manera de comer imitase los gestos y movimientos de una felación. La analogía adquiere una densidad inquietante, única espectadora real de un espectáculo en el que ella (o sea, yo) es (soy) vista por otro que generalmente está dotado de una violencia injustificada, un otro dañino, invasivo e incluso juez de la posibilidad de mi disfrute oral al comer. Se podría hacer todo un manifiesto sobre mi sumisión al rol pasivo femenino en este punto. Claro que sí.

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